sábado, 26 de marzo de 2011

El hombre que me espera al sol poniente


La sombra que ahora esquivo me esperará entonces,
a la vuelta de un umbrío recodo del tiempo,
allí donde la lluvia disfraza la pena de los ojos.
En una esquina tan cerca del principio.
Del final tan cerca.
Esquina Calle del Olvido con la Avenida Hesido.
Sonrojo. Sol rojo.
Un sol poniente.

En ese rincón, bifurcado en iras y en horas,
saldrá a mi encuentro el hombre que pude ser.
Adusto.
Silencioso.
El tipo asentirá, en un frío gesto carente de afecto.
Un saludo que se escurre
como un insecto bajo el ala
del negro sombrero.
Le brillan botellas rotas
en los gastados ojos verdes.
Carga su cuerpo a cuestas.
La boca es de hierro.
Su lengua, de estopa.
Luce un reloj Paradox.
Minutero que se clava en el vientre de la memoria.
Hora dada. Agujero.
Futuro durmiente,
sumidero insolente,
tardía serpiente,
silueta imponente...,
...al sol poniente.

Me aprieta la confiada mano,
(pero ya antes me ha rodeado la mirada;
el flaco cuerpo que habito me ha cercado
con eléctricas culebras de abrazo tormentoso;
y hasta mi alma entera ha estrechado, angostado, angustiado
-el hijoputa-,
previo al hallazgo de su sarmentosa garra).
Saludo felpudo, saludo del "pudo", saludo escudo.
Me invita a entrar a un tugurio que surge a su lado,
con la indecencia de lo cotidiano,
como si lo llevara puesto.
Uno de esos cómodos bares de bolsillo
donde tomar una penúltima de andar por casa.
La casa de las eses. De las heces.
Y, aunque no quiera oír lo que él va ya a decirme
-aunque no quiera ir adonde él vaya a herirme-,
allá que entramos...,
al sol poniente.

Pasamos, como el río del que me río.
Demócrito, no demos gritos.
Después de todo, no es negociable.
Nos recibe
un podrido silencio de moscas danzantes;
el aplomo cansino del camarero;
un oscuro olor a orina y tedio;
nos recibe.
Un rayo de sol tardío cae sobre la barra.
Zarpa en mi hombro
-todo mi cuerpo va a zarpar en breve-,
su naufragio de largos dedos amarillos.
Hondas sillas.
Qué nos pesas, Sevilla...
Bailan copas de vino
luciendo sus reflejos
aun en la sucia mesa.
Florecen amapolas,
una detrás de otra.
Me sujeto al aceitoso tablero para no caerme
-todas las piezas se caen, tras esta partida;
también todos los "piezas"-,
y ruego para que todo se deshaga
como el mal sueño que es...
... y que tengo que seguir soñando...,
...al sol poniente.

Y es entonces,
urgido por la necesidad de despertar,
abismado en una turbulenta necesidad
de golpearle,
de deshacerle bajo mis puños,
de destrozarle el sombrero y la cabeza calva que hay debajo,
de hacerle jirones la camisa con uñas y dientes, ya puestos.
Es entonces
que decido hablarle...,
... antes de que él me hable de sí
y de mí
y del sol poniente.

Y, antes de que él mueva un solo diente
para decir que
"la vida es asco y es vergüenza,
poco más que una colección de botellas vacías
que se acumulan en la bodega turbia de los recuerdos";
antes de que me indique su sucia uña que
"la vida es una raya en la arena,
una casa sin barrer,
una regola en la pared de ladrillo visto,
un cable pelado en la regola
y pare de contar, amigo, que no hay más";
antes de que me hinche las narices hablándome de
"olfato";
antes de que me vaticine tormentas ya acaecidas...
Antes... Decido contarle que hubo baches, sí.
Que hubo saltos al vacío y sin paracaídas.
Que hubo tiritas de los veinte duros
que nos curaron de la friolera
de los cien mil euros; tiritas de frío.
Que hubo momentos tan duros
que merecieron la molestia de ablandarlos.
Que hubo pérdidas, pues claro, ¿no es toda la vida un dulce perder?
Que hubo momentos de lucha,
unas veces para recobrar una ínfima parte de lo perdido
y otras sólo por el gusto de pelear a puño vivo,
que nos hablaron
a hostias
de lo importante que es el camino.
Que hubo haches y hubo bes; baches y besos a dos ruedas hubo.
Que hubo puntos sobre esas íes tan difíciles de acentuar.
Y paréntesis sin cerrar.
Hubo noes y hubo síes.
Y gemas lanzadas al mar.
Hubo un piloto que buscó a su sirena a Qattar.

Antes que él separe los labios para decirme:
"Vivo en la calle Mudo",
le habré de explicar
que la vi mirando por una ventana y que desde entonces creo en los milagros.
Que ya no me quise asomar a nada que no fuera su hermoso mundo
de ojos risueños
y cartas torpes sin abrir
y películas mal grabadas en la memoria
y anclas
y barcos
y demonios suaves
y caballitos de mar sin montar
y playas desiertas pobladas de caricias
y camas biplazas
y reformas de casos, de casas y de cosas.
Antes de que él me hable de descuentos, tendré que contar
por qué la vida es más grande si di vida.
Di vida y se multiplica. En tres. Por dos.
Por qué hay otoños que,
además de hojas rojas,
tienen ojos verde clarito.
Antes de que ése malababa abra la boca
para que salgan por ella las siete plagas de Egipto,
le he de decir, alto y claro, que no me quita el sueño su marasmo de señor vencido,
que si alguien perdió una vida yo no he sido.

Antes de que me suelte palabras de ruina
y de mustio odio
agrietado
acerca de todo lo que me falta,
le espetaré que Lujo se escribe con L de Loreto,
que nada quiero atesorar sino los besos de esa boca suya que nunca calla
(salvo cuando come, cuando duerme o cuando besa. Y cómo besa.)
Antes de que él me gruña una maldición por los años perdidos,
le rezaré un rosario de momentos compartidos
que le harán apretar los dientes con fastidio.
Le hablaré de goles sin ángulo,
de campeonatos ganados con torre y apartamento de ventaja,
de la aventura de quererla siempre.
Pese a todo y pese a nada.
Siempre quererla.
Y admitiré con él
que fue triste esa vida suya que pudo ser la mía, sí,
con todos esos años envueltos en el humo pestilente
y en el aliento dilatado de tantos bares de mala muerte;
que pudo ser triste el dejarse vencer
por el trabajo y la rutina.
Sin luchar para salir.
Sin salir para luchar.
Le diré, sin rencor,
que cada cual tiene lo que merece;
que para recoger hay que sembrar;
que más le habría valido buscar su momento
en lugar de esperar a que este momento le encontrara.

Le diré que lo mejor sería
que, puesto a no decir nada,
acabara haciendo mutis por el foro;
que, para criticarse a sí mismo,
tendría que ser alguien y no era nada;
que yo si que era alguien
y bien orgulloso que estaba.
Así le diré,
mientras su contorno se irá haciendo
más y más borroso según hablo:
"Me llamo Guillermo Canelo Segura.
Soy un hombre hecho
de momentos malos
y de momentos buenos.
Ha habido hijos
y largos viajes
y risas sin ser domingo
y soles atardecidos (como éste en el que usted ya se disuelve)
y conflictos
y dificultades
y saltos de muros altos
y meses de gloria, de penurias y de incertidumbre.
Y ha habido amor.
Y eso cuenta."

Entonces, mientras advierto
que ya no queda de aquel hombre ni el sombrero,
daré un último vistazo en derredor.
El bar aparecerá ahora limpio y ordenado.
Bien iluminado.
Y sin moscas.
Dirigiré mi mirada hacia la puerta,
esperando verla llegar con su mejor sonrisa,
tan guapa como la primera vez que la vi.
Al sol poniente.

4 comentarios:

Pedro J. Sabalete Gil dijo...

El sol poniente suele herir con sus rayos oblícuos, con su cielo colmado de soledad pero este texto que tiene su parte de legado y su medida tan descriptiva de lo que entendemos por vida, es una respuesta a los crepúsculos y a lo que allí nos aguarde.

Una respuesta, sí, y una lucha esperanzada también para los entendemos que la vida es un "dulce perder" y una batalla incesante "para recobrar ínfimas partes de lo perdido".

Un abrazo y mis felicitaciones por el texto.

guillermo dijo...

Gracias a ti por compartir la filosofía que propone el texto. La VIDA, la verdadera, no la farsa que algunos zombies predican alrededor de ese término, pertecece a los que luchamos por ella. Aun cuando ella pretenda, en ocasiones, hacernos creer que no merece la pena. También el océano simula mareas bajas. Y no por ello es menos grande. Mira, Pedro, acabamos de descubrir un nuevo refrán andaluz: "Hay dos clases de vida: la verdaera y la farsa"

Anónimo dijo...

No sé si sirve de mucho intentar hablar con quien no se será nunca. Cada decisión tomada te aleja de miles de posibles uno mismo.

Quien soy es mi presente, cúmulo de pasados, a veces vergonzosos, incluso ridículos, pero no hay mal que por bien no venga, o eso se suele decir.

Miro hacia atrás y sonrío al contemplar como quien era entonces, recortó una carta de despedida escrita a modo de dedicatoria en un libro (no recuerdo el título, lo doné a la biblioteca) para fabricar un avión de papel. Hubiese quedado bien que volase arrastrado por el viento hasta convertirse en un puntito a lo lejos, en lugar de eso, se estrelló casi de inmediato contra el suelo de un patiejo oscuro. Lógico, por otra parte.
Recuerdo que no pude contener la risa en lo que debía ser un momento solemne.

guillermo dijo...

Pero mira que eres, hombre. Con lo lejos que puede llegar un avión, aunque sea de papel, si el impulso es adecuado. Y tú, FLUSH, al puñetero suelo. Lo que no sabes es que tu avión levantó el vuelo, nueva mente,solemne mente, una vez que tus carcajadas se sumieron en la niebla de tu ausencia. Algunos aviones saben "despegarse", ya lo creo, y éste, aprovechando una leve racha de viento favorable, remontó el vuelo y dejó atrás aquel patio sombrío al que parecía haberlo condenado tu irresponsable pilotaje :P Puso rumbo hacia aquella biblioteca. Una vez allí, tu avión estiró sus alas, se disolvió de nuevo entre las páginas de aquel libro al cual pertenece-sin pesar-, una página menos, una página más, y volvió a ser la dedicatoria que fue, una que saluda y da la bienvenida a quien llega, Miguel, y no una que se despide de quien sólo huye de sí mismo, desvaneciendose en su propia y personal distancia. Pero eso hay que entenderlo, amigo, hay que entenderlo. Lo único que puede hacer que los pasados sean ridículos es un presente ridículo. Sólo hay un "uno mismo". El que respeta la forma que le va dando, a su barro, la vida. Lo demás es lucha inane, ejercicio baladí, vacuidad superflua, fluas, fluas, mueve tus alas, coño :) Nunca hay nada que temer.